Ser emprendedor es como una carrera de fondo. Aunque aminores el ritmo y vayas más despacio en algunos momentos para recuperar fuerzas o reservártelas para un sprint, siempre debes seguir corriendo. El tesón y la voluntad proporcionan gran parte de la energía que te ayudará a no desfallecer. Sin embargo, no todo depende de ti. Hay circunstancias adversas que pueden perjudicar a tu negocio o startup: el viento puede correr en tu contra, los otros corredores pueden ir mucho más rápido que tú y las metas marcadas pueden quedarse demasiado lejos. Pivotar e ir por otros caminos es una opción, pero cuando en ellos solo encuentras piedras, quizás sea momento de parar en una sombra, beber algo de agua y pensar.
Los buenos emprendedores también saben cuánto es el momento de tirar la toalla, de decir basta, de poner fin a una empresa o proyecto que no acaba de despuntar o que no ha alcanzado las expectativas iniciales. Luego ya habrá tiempo de reflexionar qué se ha hecho mal, qué pasos nunca se volverían a repetir, y aprovechar toda esa experiencia para la siguiente aventura empresarial.
Hay varias fórmulas para dar por zanjada una sociedad. Lo más idóneo sería encontrar un comprador o incluso un licenciatario para sacarle algún partido económico, vendiéndola, traspasándola o cediendo su uso por una cantidad. Sin embargo, esto no va a ser lo más común y menos, tal y como está el contexto económico.
Lo normal es liquidarla o bien dejarla inactiva, lo que muchos denominan ‘dejar morir’. Cerrar un negocio en España no es gratis, sale por unos 1.200 euros incluyendo el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales, la asesoría, los trámites en el Registro Mercantil y la escritura de extinción, aunque estos gastos varían dependiendo del tipo de sociedad y el capital social. Por ello, muchos prefieren no matarla y simplemente mantenerla agonizando. Esto es fácil. Simplemente se comunica a Hacienda su inactividad y no se factura un solo euro.
El problema de esta alternativa es que pese a estar inactiva, la sociedad sigue teniendo obligaciones fiscales y administrativas, que recaen sobre su administrador. Estas serán básicamente dos. La primera es abonar el Impuesto de Sociedades cada año, aunque no tendrá que haber ninguna partida en la cuenta de pérdidas y ganancias. Además, la sociedad tiene que presentar el libro de cuentas también de forma anual. Por otro lado, se supone que el administrador de dicha empresa tiene que seguir dado de alta como autónomo, con lo que eso supone en cuanto las tasas de la Seguridad Social. Como ventaja, la sociedad siempre se podrá recuperar (incluso para otros fines) en el futuro y no habrá que asumir de nuevo con los gastos de constitución.
Dejando de lado las posibles fórmulas, lo que queremos es centrarnos en las razones más comunes que se presentan para cerrar una startup o dejarla moribunda en cuanto a su razón social.
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