Interminables horas de juego, primero en las consolas de los salones de recreativas, que eso sí que era una red social y no el Facebook, posteriormente en las primeras consolas domésticas, pasando por los ordenadores personales hasta llegar en nuestros días a los móviles y demás dispositivos electrónicos personales portátiles que nos acompañan a sol y a sombra. La imaginación es el límite, y si no que se lo digan al que se ha construido su propia recreativa con piezas de Lego. Eso es aunar aficiones.
Un videojuego tan sencillo como adictivo y además inocente, no como esos juegos de ahora con tanta violencia y que tanto preocupan a los padres que temen que sus hijos en el futuro repliquen los mismos comportamientos sangrientos de los personajes y se líen a mamporros o tiros con sus semejantes.
Como si por haber jugado muchas horas al Come-Cocos de pequeño ahora los jóvenes fueran a pasar las noches recorriendo estancias oscuras con música electrónica de fondo, destellos de colores, persiguiendo fantasmas y comiendo pastillas que les alteran el ánimo. Bueno, ahora que lo pienso… ─Antonio Rentero [Google / BigBenBricks]
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