En los años setenta, este concepto se habría producido en masa de forma inmediata. Unos altavoces como el culo, para decirlo sin preámbulos. Un cachete en la nalga derecha para encenderlo y suaves caricias en la izquierda para subir y bajar el volumen. Ya sabes, una de cal y otra de arena. Parece salido de una peli de Berlanga estilo París Tombuctú. Pero lo que definitivamente lo convierte en ago más que unos altavoces es… ¡ese agujerito inconfundible! En las instrucciones del gadget tendrían que poner bien grande ese viejo aviso que acompaña a los joysticks: NO NOS RESPONSABILIZAMOS DEL USO INDEBIDO DE ESTE DISPOSITIVO. — Rafa M. Claudín [Yanko Design]
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