La economía colaborativa se asienta en EE.UU y Europa y empieza a meter cabeza en Asia y Latinoamérica. Los gigantes en el sector son los que abren camino en los territorios poco explorados para la sharing economy, aunque poco a poco también empiezan a florecer proyectos locales.
Precisamente en el análisis de éstos se ha centrado un informe elaborado por IE Business School en colaboración con el Banco Interamericano de Desarrollo. En el documento se muestra que la economía colaborativa está todavía en su infancia en América Latina. Dada la ausencia de capital riesgo en estos mercados, las instituciones tienen un papel crucial para que prosperen iniciativas de este tipo.
“Su posible impacto en la creación de redes de pequeñas empresas, en la colaboración y mejoría de condiciones económicas de pequeñas comunidades, en el desarrollo de capacidades relacionadas con Internet y las tecnologías móviles, convierten a este tipo de iniciativas en una herramienta de transformación social”, explica Ricardo Pérez Garrido, profesor de Innovación Digital y Sistemas de Información y director del programa Master en Gestión y Negocio Digital de IE Business School y coautor del estudio.
El responsable está convencido de que la clave del éxito está en la regulación más flexible. Además, vaticina pocas posibilidades para las startups locales en sectores del consumo colaborativo como los alojamientos o el transporte en los que solo quedan pocos jugadores, pero tiene perspectivas optimistas en otras como los servicios, formación, fabricación o medio ambiente/agricultura.
Brasil es quien está tirando de la sharing economy en la región. Un 32% de los negocios que pone foco en esta tendencia procede del país. Le siguen a mucha distancia Argentina y México (ambos con el 32%), Perú (11%), Colombia (9%) y Chile (8%). Existe un ecosistema muy joven en el que la mayoría de las iniciativas ha surgido en los últimos 5 años.
En Latinoamérica un 26% de los negocios enfocados a la economía colaborativa están relacionados con los servicios a empresas y un 24% al transporte. Otros sectores destacados en los que operan los proyectos son el espacio físico (19%) y la educación/formación/cultura (17%). El alquiler supone la manifestación más clara de esta corriente, por delante del intercambio y la producción/marketing.
El 64% de las iniciativas cuenta con una decena o menos de participantes. Como figura típica nos acercamos a micropymes y al autoempleo.
Siete de cada diez latinos que deciden emprender un negocio de sharing economy lo hacen para crear nuevas formas de economía. El interés por mejorar la calidad de vida de las personas y el deseo de mejorar la economía local suponen la segunda y tercera motivación con más fuerza, respectivamente.
En cuanto a las barreras para que sector prospere, se cita en primer lugar el desconocimiento del tipo de negocio (60%), seguido del acceso a la financiación (43%) y la desconfianza de los clientes (42%). Sorprende que un factor como el acceso a la tecnología no constituya una de las principales trabas (solo la menciona el 20%), pero el bajo porcentaje de este item evidencia que “el usuario va por delante”.
“Cuando pasemos la barrera de si se conocen ejemplos locales, mucha más gente se sumará a usar mejor los recursos. Habrá más pactos sociales reales. En lugar de ver a estos actores como rivales, las empresas tendrán que empezar a pensar cómo colaborar con ellos”, vaticina Pérez.
El profesor es bastante optimista. Cree que la economía colaborativa en Latinoamérica “sí va a crecer porque añade un valor”. No obstante, pide más apoyo local porque “no sabemos si lo local va a triunfar, si conseguiremos casos locales de éxito. Lo que sí está claro es que lo global va a entrar”. El docente asegura que el reto para impulsar estas iniciativas y que no se ven fagocitadas por los gigantes internacionales es plantearse “cómo podemos trabajar con ellos para maximizar el impacto que tienen”.
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