Con dos pelotas (de calor), Siegfried Rottaeuser y su cuñado tuvieron una genial idea. El primero es ingeniero mecánico. Con sus conocimientos eléctricos, entre ellos que una bombilla tradicional de 60 vatios transforma sólo un 5% en luz y un 95% de la energía en calor (tampoco hay que ser ingeniero para saberlo), diría algo así como: ¡Demonios! Si nos prohiben vender bombillas porque pierden demasiada energía por calor, vendámoslas bajo el nombre de “HeatBalls” explicando que son pequeñas estufas. Luego, el uso que cada uno quiera darle…
Según Rottaeuser, sus Heatballs son una forma de resistir a una legislación impuesta que no tiene nada de democrático. Añade que es consciente de la contaminación que conllevan, y que donará 30 céntimos por cada HeatBall vendida (con un precio de 1.69 euros) para la protección de las selvas.
¿Qué opináis? ¿Chanchullero al que no le importa la contaminación con tal de forrarse? ¿Visionario que sabe aprovechar la oportunidad? Aquí tienes su web si te interesa saber algo más.
La cuestión es: ¿puede prohibirse el vender un dispositivo cuya finalidad sea producir calor? Desde luego, un clarísimo ejemplo de que “hecha la ley, hecha la trampa”. Con un par de HeatBalls. — Javier G. Pereda [Reuters]
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