La cosa tiene poco misterio, se coge una pinza de la ropa, se perfora una de sus partes lo suficiente como para albergar una memoria USB (cada vez las hacen más pequeñas, tú también lo has notado ¿verdad?) y ¡voilà! o como diría un castizo ¡palante!
Es evidente que tienes las dos ventajas, las de demostrar ese inimitable estilo que tienes para convertir un aburrido objeto cotidiano y doméstico en un avanzado gadget con el que desconcertar a propios y extraños pero por otra parte y en caso de necesidad te enganchas la pinza a la ropa y tienes más difícil lo de perder los datos por ahí.
Eso sí, ándate con ojo porque del clásico “mamá, no habrás lavado mis pantalones” en cuyo bolsillo llevabas un talón al portador por una pasta podemos pasar al “hijo, no hace falta que me pongas pinzas en la ropa antes de lavarla, te agradezco la ayuda, pero ya las pongo yo después”. Y el ratico más gracioso que vas a pasar buscando tu pinza USB entre las demás. “No la busques, hijo, ya la he tirado yo, que tenía una punta estropeada, le salía algo metálico y todo”. Menos mal que madre no hay más que una. ─Antonio Rentero [Etsy]
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