Hubo un momento en el que una de las preocupaciones nacionales en Estados Unidos era la de qué iban a hacer con tanto tiempo libre. En los años 60 se veía ya que la tecnología avanzaba rápido y haría nuestras vidas más fáciles, liberándonos de una buena parte de la carga de trabajo. Se preveía trabajar solo 30 horas semanales en el 2000, 16 en 2020. Y era bueno para todos: los trabajadores serían más felices —aunque se habló también de que se suicidarían de aburrimiento— y trabajarían mejor, lo que tendría un impacto positivo en las empresas. Además, más tiempo libre significaba más consumo. La economía ganaba si los empleados descansaban, algo que ya sabía Henry Ford, que en la década de los 20 redujo la semana laboral de seis a cinco días de 8 horas.
¿En qué momento se torcieron las cosas? Se echa la culpa sobre todo a los años 80 y todo el universo yuppie que de pronto igualó ser un workaholic con ganar más dinero. Ahora, poco a poco, se vuelve a poner en duda esta idea que nunca fue apoyada por la ciencia y son cada vez más las empresas que prueban alternativas a la clásica semana de 40 horas (Amazon, famosa por explotar a sus empleados, está probando desde hace unos meses las semanas de 30 horas). Una de las más populares es la de 32 horas, que elimina uno de los días de la semana laboral, dejándola solo en cuatro días, con fines de semana de tres. ¿Deberías probarla? Estos son sus pros y sus contras.
– Aumenta la productividad. Todos hemos vivido esa típica semana justo antes de irnos de vacaciones en la que adelantamos trabajo y hacemos en las mismas horas mucho más de lo normal. La idea de la semana laboral de cuatro días propone hacer algo así todas las semanas: en vez de llegar a un viernes en el que ya se está agotado y se rinde mucho menos, concentrar todo en menos días de trabajo más intenso hace que la productividad aumente, algo a lo que ayuda el hecho de que los empleados están más motivados.
– Es más fácil atraer y retener talento. El dinero no es siempre lo más importante: la mayoría de los trabajadores, especialmente entre la generación millennial, valoran más cierta flexibilidad y poder seguir teniendo una vida fuera del trabajo. ¿Trabajar muchas horas y ganar mucho dinero que no se tiene tiempo de disfrutar o trabajar menos con un sueldo decente y tiempo para dedicar a nosotros mismos y a nuestra familia? A no ser que la oferta de la otra compañía ofrezca una diferencia de sueldo muy importante, normalmente ganará la empresa en la que el bienestar del trabajador es la prioridad.
– Menos bajas por enfermedad. Las bajas por depresión y por estrés se reducen, pero también el resto de bajas por enfermedad: estar exhausto y estresado hace también que nos bajen las defensas, lo que hace que seamos un blanco fácil para virus. El estrés y las largas jornadas de trabajo delante de un ordenador también son responsables de los problemas de espalda, causantes directos también de muchas bajas.
– Menos gastos. No solo en salarios —que, de todas formas, deberían intentar seguir siendo competitivos—, sino en cosas como electricidad, material de oficina, etc.
– Hay empresas que no se pueden permitir cerrar un día. Si son firmas de un tamaño considerable es más fácil organizar turnos de forma que, para el público, la compañía trabaje las horas normales de oficina, pero en startups más pequeñas es complicado y puede significar perder de verdad ventas o clientes.
– Es más difícil afrontar la ausencia de un empleado. Especialmente en empresas pequeñas, que de pronto un trabajador no vaya por algo inesperado como enfermedad (si son sus vacaciones se puede intentar organizar todo mejor) supone un impacto mucho mayor al tener menos tiempo para repartir su trabajo entre otros.
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