El auténtico rayo de la muerte
Desde la atribución por parte del historiador Luciano de Samosata en el s. II a Arquímedes del poder de derretir a distancia la flota enemiga romana mediante rayos de sol reflejados por espejos ustorios, siempre ha habido alguien interesado en concentrar la energía para quemar o destruir algo. Algo que los propios Cazadores de Mitos han demostrado que puede llegar a ser posible si las condiciones son optimas aunque en la práctica presenta más dificultades si en lugar de quemar en segundos un trozo de madera fijo deseamos quemar un barco en movimiento.
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Tras la Revolución Industrial y el auge del maquinismo surge también la ciencia-ficción, con artilugios capaces de las mayores proezas, teniendo en la fértil imaginación de Julio Verne un buen ejemplo. Es tras esos antecedentes cuando surge en 1924 un personaje llamado Harry Grindell Mathews, veterano de la segunda guerra de los Boers, que proclama haber creado el Rayo de la Muerte que termina siendo una charlatanería tras una demostración ante el Ministro Británico del Aire. A pesar de ello Francia y USA se disputaban el “invento”. En los años siguientes no faltaron “inventores” que se proclamaba autores de ingenios semejantes, algunos incluso afirmando haber quemado maniquíes e incluso algún animal utilizado como cobaya. En 1934 se conoció el caso de un tal Antonio Longoria (quien sabe si antepasado de Eva) que había sido capaz de “volatilizar palomas en pleno vuelo a 6 manzanas de distancia”. Quizá las manzanas habían sido ingeridas en forma de sidra, porque seguía sin haber pruebas de la existencia de estos rayos mortíferos. Y lo peor es que la IIª Guerra Mundial venía por el pasillo.
Con el telón de fondo de ese conflicto bélico se rumoreaba que el propio Guillermo Marconi estaba ideando para Mussolini un rayo mortal y los japoneses trabajaban en un arma de microondas, el Ku-Go. Menos mal que los Aliados tenían de su lado a Nikola Tesla y su Rayo de la Muete capaz de eliminar a un ejército a 300 kilómetros de distancia, como publicaba en julio de 1934 el New York Herald Tribune. Tesla exponía que su invento crearía una barrera alrededor de los países similar a la Gran Muralla China por lo que acabarían las guerras al no poder atravesar dicha barrera ni los aviones ni los tanques ni los soldados enemigos. Al mismo tiempo no sería posible emplearlo como arma de ataque por lo complejo de las instalaciones requeridas para generarlo, así que tendrían que ser instalaciones fijas.
Aunque no llegó a desarrollarse tal proyecto, algunos sostienen que lo que realmente ocurrió en Tunguska fue algún tipo de prueba de un arma similar. En cualquier caso con la llegada de la Era Atómica se desvanecieron todos los proyectos de esos rayos de la muerte, rendidos ante el poder del átomo. Desde ese momento el rayo de la muerte ha quedado confinado al reino de la fantasía y la ciencia ficción en películas como “Star Wars”, “Star Trek”, “Independence Day”… por no hablar del universo de los videojuegos.
Los únicos intentos más o menos plausibles llegaron en los 80 con el proyecto “Guerra de las Galaxias”, la Iniciativa de Defensa Estratégica de la administración Reagan. Consistía en una red de satélites artificiales que desde su órbita vigilarían el lanzamiento por parte de la URSS de misiles nucleares para interceptarlos y destruirlos en pleno vuelo.
Lo más cercano al rayo de la muerte que previamente había descubierto el hombre fueron los rayos gamma en la década de los 60, con los inicios de la exploración espacial. Estos rayos, un fenómeno electromagnético cósmico, son destellos de energía de alta intensidad que podrían vaporizar a un astronauta en un milisegundo capaces de liberar en unos pocos segundos tanta energía como nuestro Sol en toda su existencia. Mejor que no te pille cerca uno de estos. De manera que esta energía electromagnética es el campo de investigación actual para conseguir un arma similar al concepto original de Rayo de la Muerte.
El ejército de los Estados Unidos utilizó armas de microondas de alta frecuencia para inutilizar los sistemas electrónicos en Irak, el contratista Northrop-Grumman anuncia haber desarrollado un láser de 105 kilowatios e incluso a pesar de no haberse permitido su uso, existe un arma electromagnética no agresiva que mediante impulsos de microondas al dirigirlos contra una muchedumbre activa el centro neural del desarollo de la sensación de miedo y dispersa a un grupo de manera no letal haciendo que salgan huyendo aterrados.
Hemos recorrido un largo camino desde Arquímedes y Tesla. Pero quizá estemos llegando ya al destino. ─Antonio Rentero [The Awl]