Si la detonación aérea de una bomba atómica en aquella época no era ya suficiente motivo de revuelo informativo, añadamos al cóctel una revolucionaria pieza de ropa de baño que dejaba al descubierto más piel de la que nuestros abuelos estaban acostumbrados a ver en público.
Evidentemente ya existían antecedentes en la reducción del tamaño de la tela que cubría a las bañistas femeninas. Antiguos mosaicos romanos, como este de la Villa Casale en Sicilia ya nos recuerdan que hace un par de milenios que no es una novedad el uso de esta escueta vestimenta, aunque otra cosa bien distinta es la generalización en su uso por una gran cantidad de mujeres.
Aquí habría que comenzar a recordar que el francés Louis Reard ya en 1936 trató desde su atellier de lencería femenina, de introducir en el mercado “la prenda de baño de menor tamaño en dos piezas” mientras conincidía en el tiempo con los trabajos en el mismo sentido de Jacques Heim.
El éxito lo obtuvo Reard al identificar el impacto en el público de la explosión atómica con la impresión que causaría la contemplación de las curvas femeninas de las mujeres que vistieran su prenda de baño.
Tenía razón, la respuesta del público llega hasta nuestros días y aunque ya no constituya tanta novedad como hace 55 años hay que reconocer que algunos todavía quedamos deslumbrados (como si mirásemos una explosión nuclear) ante la visión de determinados modelitos de bikini. ─Antonio Rentero
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