En el espacio no podrás llorar
Andrew Feustel estaba un día paseándose tranquilamente por la ISS (ya te gustaría a ti empezar una historia de esta manera) cuando algo se le metió en el ojo. Automáticamente la irritación provocó que sus lacrimales segregaran líquido pero… allí se quedó.
Según sus propias palabras “las lágrimas no caían del ojo, simplemente se quedaban ahí“. Lo que se le metió en el ojo fue una pequeña gota del líquido antivaho que impregna el interior de la escafandra, con una composición parecida a la del jabón de lavavajillas. Habitualmente este producto se extiende hasta que la película lo cubre todo pero quizá alguien no recordó ese día las enseñanzas ancestrales del señor Miyagi (“dal sela, pulil sela”) y una gotita tuvo la mala fortuna de comenzar a flotar hasta encontrarse con el ojo de Feustel.
Lo malo del caso es que se encontraba en medio de un paseo extravehicular y digamos que era complicado lo de restregarse el ojo con la mano, así que tuvo que agudizar su ingenio para frotarse contra una pieza interior de gomaespuma ante la inutilidad de sus lloros. ─Antonio Rentero [AP / Imagen: Shutterstock/Zdorov Kirill Vladimirovich]