El concepto se ha hecho realidad tras un desarrollo en el que han participado la Universidad de Maine, el Instituto de la Langosta, el profesor David Neivandt y el estudiante Alex Caddell.
Gracias a este nuevo uso de unos restos que normalmente terminan en los vertederos y que probablemente abundan en los restaurantes de los campos de golf, se consiguen unas bolas con propiedades cercanas a las de otras bolas biodegradables y con un coste en material por bola de 19 céntimos de dólar.
Ahora por fin se cierra el círculo y los golfista no sólo podrán atiborrarse de langostas en el club de campo, luego podrán golpear sus restos mientras juegan al golf, lo que les llevará nuevamente a comer langosta y así sucesivamente…— Dani Burón [University of Maine]
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