El año 1926 fue famoso porque un dirigible cruzó por primera vez el Ártico entre Norega y Alaska, Eisenstein dirige “El acorazado Poetemkin”, Hirohito se convirtió en emperador de Japón, fallecen Rodolfo Valentino y Houdini y en España un tal Francisco Franco se convirtió en el General más joven de toda Europa con 33 tiernos añitos.
Pero también tuvo inicio en ese año IFA, la feria de la electrónica cuyas siglas se corresponden con Internationale FunkAusstellung, o lo que es lo mismo, Feria de Muestras Internacional de la RadioDifusión. Hasta que se me ocurrió buscar en la inevitable Wikipedia estuve estrujándome la neurona pensando si IFA significaría algo así como Feria Internacional de la Alectrónica. Es lo que tiene no saber más que media docena de palabras en alemán.
La IFA fue un importante acontecimiento en la exhibición de los últimos productos y avances de la tecnología, celebrándose anualmente entre 1926 y 1939, pasando entonces a convertirse en un evento bienal hasta 2005 cuando volvió a celebrarse cada año, por tanto la recién clausurada edición es la número 51 lo que la convierte en la más antigua feria del sector, además de una de las mayores del mundo por la extensión de sus pabellones expositivos (más de 140.000 metros cuadrados) y por el número de visitantes recibidos (casi 240.000 en esta edición).
Y como no todo iba a ser detenernos en las novedades que aún no han llegado a las tiendas o a las demostraciones de tecnologías que tendremos en el salón de casa dentro de unos años, decidimos dedicarle unos minutos a un pequeño rincón que recogía pequeñas joyas tecnológicas del ayer.
Un muestrario de viejas cajas de madera repletas de transistores que durante décadas constituyeron el único punto de conexión entre el hombre de principios y mediados del siglo XX con otras ciudades, otros países… con el resto de sus congéneres que no residían en sus proximidades.
Noticias sobre guerras y catástrofes, conciertos de música, programas de variedades, radionovelas… y posteriormente la televisión con la magia de llevar a los hogares imágenes que se producían en la otra punta del planeta… todo ello comenzó con armatostes como los que ocupaban las estanterías de este stand totalmente viejuneski.
Televisores de diseño tan minimalista como ese Braun de más arriba que casi perfectamente podría venderse hoy o el que hay sobre estas líneas, todo un mediacenter para nuestros abuelos que en un único mueble gozaban de televisor y radio cuyo sonido podían escuchar por ese 5.1 esa trompetilla digna heredera de los primitivos gramófonos.
Adentrándonos más en la mitad del siglo pasado un buen ejemplo de retrofuturismo responde al improbable nombre de Rosita.
Tocadiscos, reproductor de cintas de cassette y radio con altavoces estéreo incorporados, un diseño casi recién llegado de alguna nave espacial. De hecho más que escuchar música dan ganas de dirigir un ataque contra la flota imperial al colocarse frente a este singular centro de entretenimiento musical con el que los guateques a los que acudían nuestros padres habrían tenido el equivalente a un David Getta actual animando a las enfervorecidas masas.
Hoy atesoramos smartphones, tablets, portátiles ultradelgados, reproductores de MP3, cámaras digitales del tamaño de una billetera… y esbozamos una sonrisa de superioridad ante el diseño anticuado y el tamaño armatóstico (¿existe ese palabro?) de los dispositivos informáticos y de telecomunicaciones de nuestros mayores. Incluso de nuestros hermanos mayores (el primer walkman o la primera Game Boy provocan el descojono de un adolescente actual). Pero en unas cuantas décadas terminarán como curiosidad retrosimpática en un pequeño stand ubicado en un discreto rincón de alguna feria de la tecnología del año 2070.
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