Para llevar a cabo este estudio, los investigadores dividieron un grupo de 44 voluntarios en tres subgrupos.
Ocho mujeres y ocho hombres de entre 20/30 años (jóvenes), otros ocho ed cada sexo y con edades entre 45/55 (mediana edad) y seis parejas de entre 75/95 años (ancianos).
Durante cinco noches consecutivas todos los voluntarios durmieron cada uno con la misma camiseta, una prenda especial que en la parte del sobaco contenía un absorbente especial. Durante el día las camisetas se guardaban en bolsas de plástico selladas.
Los voluntarios siguieron un estricto régimen en el que evitaron las comidas picantes, el tabaco, el alcohol y además debían emplear jabón y champú neutros, sin esencias ni fragancias añadidas, para no contaminar el estudio con olores externos o adquiridos y potenciar así el aroma natural humano de cada uno.
Tras la quinta noche el equipo de Lundström recortó los receptores odoríferos de las camisetas situándolos en unas vasijas. Un nuevo grupo de 41 jóvenes voluntarios fueron seleccionados para una segunda fase en la que, a ciegas, tenían que aspirar el aire que emanaba de cada una de las distintas vasijas y valorar la intensidad y lo agradable o desagradable del olor percibido. También se les pedía que indicasen a quién pensaban que correspondía el olor, si a alguien joven o mayor.
El resultado de estas “catas ciegas” fue que la mayor parte de los voluntarios del segundo grupo definía el olor perteneciente al primer grupo de más edad como el menos intenso y a la vez el menos desagradable en comparación con los olores de los grupos joven y de mediana edad. El de las mujeres de mediana edad era el más agradable y el más intenso y desagradable el de los hombres jóvenes… esas hormonas ahí en efervescencia tó lokas!!!
Pero sin lugar a dudas en lo que prácticamente no había dificultad era en identificar la avanzada edad de la muestra olorosa. Aunque era más sutil encontrar la diferencia entre los grupos joven y de mediana edad, se reconocía en casi todos los casos el olor procedente del grupo de mayor edad, algunos lo hacían de manera instantánea, aunque ello no implica que sea un olor desagradable.
Lundström explica que esto puede deberse al descenso de la actividad de los procesos de todo tipo en el hombre según alcanza una mayor edad. Nuestra decrepitud celular se manifiesta también en el terreno olfativo, que aunque quizá lleve tiempo siendo un sentido infrautilizado en detrimento de la vista y el oído aún nos permite estos vestigios de tiempos anteriores en la evolución humana en los que era más importante detectar por el olor la salud y el estado avanzado de edad de nuestros semejantes.
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