Cumplir treinta años no es ninguna tontería. Hay quien entra en crisis, quien decide celebrarlo por todo lo alto y quien se encuentra algo raro al descubrir que esa mañana en la que de pronto está en una nueva década no siente nada distinto. Suele haber mucha reflexión, un pequeño análisis de lo que ha sido nuestra vida y, en muchas ocasiones, una conclusión más positiva de lo esperado: en realidad, estamos en nuestro mejor momento. El formato GIF no es ninguna excepción.
Fue en mayo de 1987 cuando Steve Wilhite acabó su primera versión del entonces nuevo Graphics Interchange Format y en junio del mismo año cuando Compuserve, la empresa en la que trabajaba Wilhite, empezó a usarlo. Para poner todo este tiempo en perspectiva, todo esto fue dos años antes de que Tim Berners-Lee presentara su World Wide Web, como recuerdan en Wired.
La infancia del GIF fue bastante feliz. Era ideal para las necesidades de la época (archivos muy, muy pequeños) y recibió una educación abierta, por parte de muchos padres. Wilhite hizo que el formato fuese abierto, de forma que otros desarrolladores pudieran añadir más capas de información. Este hecho fue el culpable del giro de acontecimientos que hizo que los GIF tuviesen una adolescencia de esas de las que avergonzarse un poco: llegaron los GIF animados (fue el equipo del navegador Netscape el que los creó), llegaron los 90 y llegó la omnipresencia del formato en todo internet.
Durante unos años, pasada la fiebre de los iconos de “en construcción” y llegado el nuevo milenio con su ironía y sensación de superioridad frente a la década pasada, los GIF pasaron a ser un formato casi de chiste, sinónimo de una época en la que internet (y un poco todos) estaba en pañales, una época en la que una imagen que se movía un poco era sinónimo de tecnología punta. Un poco con la vergüenza con la que todos miramos hacia nuestra adolescencia cuando traspasamos la frontera de los 20 años, nos reíamos de las web y los virus de los 90, como queriendo olvidar que una vez fuimos nosotros.
Los GIF podrían haber desaparecido. Hubo una época en la que mucha gente quiso verlos desaparecer y el formato tuvo hasta culebrón en los tribunales cuando en 1994 el gigante Unisys aseguró ser propietario del protocolo que Wilhite había usado para crear el formato y empezó a reclamar licencias que todo el que crease software que pudiese crear o leer GIFs tuvo que pagar (los derechos de patente expiraron en 2006).
La primera mitad de su veintena los GIF la pasaron recluidos, con miedo a salir de nuevo a un mundo que los recordaba como algo ridículo y obsoleto. Los nuevos formatos populares, mucho más cool y ya sin acné adolescente eran Flash y HTML5. Había, no obstante, un lugar en el que se mantuvieron vivos: el internet profundo, ese de los foros y Tumblr, un lugar en el que los GIF pasaron a convertirse poco a poco en el formato ideal para una generación cada vez más irónica y cómoda en la red. Alguien descubrió que los GIF eran perfectos como reacción a casi cualquier situación y, poco a poco, fueron volviendo a la superficie.
Los GIF cumplen así treinta años en su mejor momento y con la actitud adecuada: reconociendo todas esas características y peculiaridades que los hicieron triunfar y luego esconderse, y mostrándolas sin miedo y sin orgullo. Quizá no sean el formato ideal para el diseño más puntero y elegante, quizá no sean el mejor formato para mostrar imágenes con mucha calidad y detalles (aunque hay también fotógrafos que usan el GIF animado), pero son perfectos para mostrar nuestro estado de ánimo, para responder a algo para lo que no nos llega un simple emoji.
Felices 30, GIF. A por los siguientes.
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