En 1994 ninguno de los dos se lo hubiese creído. Bill Gates se casaba con Melinda, y decidió que su padrino fuese su mejor amigo y compañero en la firma de Redmond, Steve Ballmer. ¿Qué hubieran dicho si alguien les dijese que 20 años después esa amistad iba a estar acabada? No se sabe, pero lo cierto es que a día de hoy, tras años de fricciones y desencuentros, Gates y Ballmer ni se hablan. ¿Cómo empezó todo? ¿Por qué están así?
Las primeras señales de la debilidad de su relación se remontan al año 2000, cuando Steve Ballmer pasó a ser CEO de Microsoft, sustituyendo así a su amigo y cofundador de la compañía. ¿El problema? Que aunque Steve Ballmer era el consejero delegado, Bill Gates seguía por ahí, dando su opinión e intentando controlar la firma. “No me sentí totalmente con el control hasta que Bill se fue por completo”, en 2008, dice Ballmer, según un extenso reportaje sobre Microsoft publicado en Vanity Fair.
En 2001, de hecho, las cosas estaban ya tan mal entre ambos que sus mujeres les organizaron una cena para hacer las paces. Por supuesto, no hubo muchos resultados.
En el reportaje se entrevé que Steve Ballmer culpa también a Bill Gates del mal rumbo que tomó Microsoft a principios de la década de los 2000. Cita como su mayor error al frente de la compañía el desarrollo de Longhorn, un ambicioso proyecto liderado por Gates (claro) que dio como resultado Windows Vista, la versión del sistema operativo más criticada. En ese tiempo, entre los años 2001 y 2004, Microsoft dedicó sus mejores recursos a eso, en vez de a los teléfonos o navegadores. Y fue ahí cuando perdieron el tren.
Ya en plena era de los smartphones, con Apple y Google y Samsung controlando el mercado, Steve Ballmer llegó a la conclusión de que, si querían conseguir que Windows Phone llegase a algo, necesitaban tomar el control también del hardware. Y fue ahí cuando tomó la decisión de comprar Nokia, una de las pocas firmas que lanzaban teléfonos con el sistema operativo de Redmond. Comprarla para evitar su hundimiento, que los arrastraría de forma inevitable.
En junio de 2013, Steve Ballmer propuso a la junta de Microsoft hacerse con la firma finlandesa, una idea que le parecía tan claramente buena que esperaba que fuese aprobada sin problemas. Se confió y llegó hasta a un acuerdo verbal con Nokia, para encontrarse con que en una cena posterior a la reunión, a la que él no asistió, la junta había decidido oponerse a la compra.
¿Qué tiene que ver todo esto con Bill Gates? Que el co-fundador de Microsoft fue uno de los miembros de la junta (el Presidente, de hecho) que se opuso a la adquisición de los finlandeses. A Steve Ballmer, dice el artículo, le pareció una especie de traición personal que se convirtió en la gota que colmaba el vaso. “O se compra Nokia o yo me voy”, amenazó Ballmer a la junta, que finalmente aceptó la adquisición en términos algo distintos (comprar solo la división de móviles). Pero el daño ya estaba hecho.
En agosto de 2013, Steve Ballmer anunció que se iría en los próximos doce meses, una decisión que todo el mundo vio como brusca. Que en su carta de despedida no mencionase a Bill Gates, y que este tampoco agradeciese su gestión durante 14 años como CEO en su propia carta se vio rápidamente como sospechoso. Ahora, conociendo más detalles, queda todo más claro: no es raro que Steve Ballmer decidiese irse, al igual que es fácil adivinar que Bill Gates no intentó parar su marcha.
Tras meses de búsqueda, apareció el CEO perfecto: Satya Nadella. De él se dice que es afable, amable y buena persona. Alguien con quien es difícil entrar en problemas. Algo que le gusta a Bill Gates (era su candidato) ahora que ha decidido volver un poco más a Microsoft.
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