Desde su creación, cada vez que alguien echaba en cara a Uber el haber entrado en un sector (el de los taxis) compitiendo de forma desleal, la compañía se salía por la tangente hablando de todos los trabajos que estaban creando. En mayo de 2014 aseguraron que creaban 20.000 trabajos nuevos cada mes y en 2015 prometía 50.000 empleos a las ciudades europeas que llegasen a un acuerdo con ellos.
Entonces esta semana llegó la nueva noticia: Uber quiere que sus coches sean vehículos autónomos. No es nada nuevo, se sabía que la compañía lo estaba investigando, pero todo el mundo daba por hecho que hablaríamos de un futuro todavía más a largo plazo, como el de los coches de Google. Pero no es así: este mismo mes empezarán pruebas con cien Volvos XC90 en Pittsburgh y un buen incentivo para los pasajeros: si se atreven a ir en coche autónomos, el viaje les saldrá gratis.
De momento son todavía experimentos. En el asiento de delante irán un ingeniero que pueda tomar los mandos del vehículo si es necesario y un copiloto que se dedicará a tomar notas. No obstante, la idea es que la experiencia de los pasajeros sea la de un Uber sin conductor: no lo verán, no hablarán con él, y harán todo a través de una pantalla táctil en el asiento trasero.
“El mundo va a ser autónomo”, aseguró Travis Kalanick, CEO de Uber, en una entrevista con Business Insider. “Y si eso está pasando, ¿qué pasaría si no fuésemos parte de ese futuro? ¿si no fuésemos parte del tema autónomo? Básicamente, que el futuro nos pasaría por delante”. Pero ¿qué pasa con todos esos trabajos que siempre han prometido? Kalanick dice que no es un problema, porque su flota aumentará y habrá una parte que todavía necesite coches con conductores o híbridos, con lo que el número de trabajos se mantendrá o aumentará.
Por supuesto, el único que cree que los empleos en Uber vayan a aumentar es su propio CEO, ya que el resto es capaz de ver por dónde van los tiros: ¿por qué pagar sueldos a conductores si los coches podrían conducirse solos? El cambio, no obstante, va más allá de un simple cálculo, ya que toda la experiencia Uber cambiaría desde la raíz.
Uber es una de las empresas con más éxito de la llamada sharing economy y una de las que siempre se pone como ejemplo cuando surge un negocio similar (“el Uber de…”). Esta economía colaborativa se basa en dos premisas: la de un cambio en las formas de consumo (la gente prefiere alquilar, pagar por acceso, a comprar o poseer) y la de la interacción entre usuarios, más a nivel particular. “Yo tengo un coche y tiempo, tú quieres ir al aeropuerto. Te llevo y me pagas”.
Por supuesto, Uber hace mucho que se ha alejado de esta base —en parte, claro, por temas legales—, pero en la experiencia sigue habiendo algo que sigue apelando a lo personal. El coche llega y el conductor te saluda por tu nombre (te sientes algo VIP). Puedes ver el nombre y la foto del conductor en la app y, si lo deseas, charlar con él e incluso quedarte con él como tu conductor de Uber predilecto. Nada que no puedas hacer con un taxista, cierto, pero Uber da una especie de sensación de exclusividad extra.
Claro que esa no es la razón de su éxito. Uber tiene éxito por ser más barato —en Estados Unidos la diferencia es muy grande —que un taxi y por ofrecer una experiencia impecable. Sacas el móvil, pides el coche, sabes dónde está y cuánto tardará, te recoge estés donde estés. ¿Importará tanto al final que haya esa especie de chofer particular? ¿Dará igual que quien nos salude sea una tableta? La respuesta tardará años en llegar, pero podemos estar seguros de que llegará.
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