Toshiba es de esos gigantes casi incuestionables. La marca que vemos en portátiles, televisores de plasma y la inventora de las memorias flash es una constante en la vida de los consumidores desde hace muchas décadas —ellos tienen casi 150 años—, una empresa a la que nadie piensa que le pueda ir mal… a no ser que se esté un poco al día en la información tecnológica. En ese caso, Toshiba empieza a ser sinónimo de «problema». Pero ¿por qué? Y, sobre todo, ¿desde cuándo?
Empecemos por el resumen de la actualidad más reciente. 2016 fue más o menos tranquilo para la compañía, hasta que a finales de diciembre aparecieron los problemas: la compañía anunció que tendría que hacer frente a una pérdida que después se supo que sería de 6.300 millones de dólares. En el centro del escándalo, una compañía, Westinghouse Electric, su división nuclear. El presidente de Toshiba dimitió y Toshiba retrasó presentar sus resultados financieros, en principio, por un mes. Al final fueron cuatro, ya que la presentación no tuvo lugar hasta esta semana.
Mientras tanto, Westinghouse Electric empezó el proceso para declararse en bancarrota y Toshiba anunció que ponía en venta una de sus divisiones clave, la de chips de memoria, para hacer frente a las pérdidas. Los resultados de esta semana no sorprendieron a nadie: pérdidas 4.800 millones de dólares y un lenguaje claro y directo en el comunicado que acompañaba a las cuentas. «Es probable que la situación financiera de la compañía se vuelva grave», decían.
Desde el pasado diciembre, las acciones de Toshiba han caído un 50%, con (muy) pequeños picos de subida en momentos determinados. Esta semana fue gracias al rumor de que Apple podría estar interesada en hacerse con el negocio de chips de memoria de Toshiba, lo que supondría una buena inyección de fondos (justo lo que más necesitan ahora los japoneses), pero que dejaría a una de las empresas más importantes del país siendo una simple cáscara de lo que fue en un momento.
Pero ¿cuál es el origen real de todo esto? Habría que buscarlo en dos momentos concretos. El primero, el de la compra de Westinghouse Electric por parte de Toshiba en 2005 tras una guerra de ofertas y contraofertas en la que ganaron a las otras firmas interesadas, General Electrics y Mitsubishi. La compra, pese a ser por 5.400 millones de dólares en vez de los 2.000 millones que se creyó al principio, fue buena: en 2005 se esperaba que el negocio nuclear creciese durante los años siguientes, por lo que estar dentro era un movimiento inteligente.
El desastre nuclear de Fukushima en 2011 y, sobre todo, irregularidades en las cuentas y en la gestión de Westinghouse Electric que empezaron a salir a la luz en 2015 hicieron el resto. El presiente de Toshiba que dimitió a finales de 2016 era Shigenori Shiga, que lideró Westinghouse Electric entre 2010 y 2014. Este hecho hizo ya que en su momento los analistas Glass Lewis aconsejaran votar en contra de Shiga como nuevo presidente: su época en Westinghouse tenía algunas zonas de sombras relacionadas con la manipulación de cuentas.
En 2015, cuando se supo que Toshiba había inflado sus resultados durante bastante tiempo, se citó como una de las razones una cultura empresarial que presionaba mucho a empleados y ejecutivos para cumplir sus objetivos; la práctica de falsear las cuentas, ya extendida, escaló a partir del desastre de Fukushima. Tras el escándalo, en el que se acusó a la cúpula directiva de no realizar una labor de supervisión real sobre sus subordinados, hubo muchos cambios en los puestos de poder. No obstante, parece que ese mismo problema, el de la poca supervisión, fue el que volvió a pasar con Westinghouse: en 2015 compraron Stone & Webster por 229 millones de dólares, operación aprobada por Toshiba. Después se supo que ese precio había sido excesivo.
¿Qué va a pasar ahora en Toshiba? No está claro. Con el negocio de chips de memoria en venta, quedarán en mucho menos de lo que son ahora. Ya no hacen ordenadores ni televisores, su negocio nuclear solo crea problemas —y posiblemente intenten deshacerse de él— y su gallina de los huevos de oro, los procesadores de memoria, está a punto de irse a una nueva casa. ¿Desaparecerá Toshiba? Todo está muy negro, pero todavía hay una esperanza: que el Gobierno nipón intervenga. Toshiba es demasiado importante para Japón como para dejarla desaparecer sin más. No sería la primera vez que el Gobierno japonés interviene para salvar a una gran compañía. Solo queda esperar.
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