¿Quién mató a Vine?
Todo apuntaría a un suicidio, si no fuese porque la voluntad de Vine fue la de Twitter casí desde el minuto 0.
Internautas, Vine ha muerto. Todavía no, en realidad. La situación se parece más a la de un recién llegado al corredor de la muerte. Aún no sabe cuál será el día exacto de su ejecución (los verdugos han dicho un muy cruel “en los próximos meses”), pero ya ha agotado todas las apelaciones posibles. La sentencia es firme y no hay esperanza. Vine se pregunta en su celda por qué.
No tiene que pensar mucho para llegar a las primeras conclusiones. Quizá, admite, haya pecado de falta de evolución. Cuando vio la luz por primera vez, en enero de 2013, tenían un ambicioso objetivo que lograron alcanzar con sencillez: en un universo que todavía no había logrado pillarle el truco al vídeo en redes sociales y dispositivos móviles, ellos llegaron con una propuesta de minivídeos de 6 segundos. Y no es que el éxito fuese arrollador, pero sí hicieron ruido, lograron una fiel comunidad de 200 millones de usuarios –algunos incluso lograron la fama gracias a la app –y se las veían muy felices. ¿Para qué arrelgar lo que no está roto?
El problema fue que Vine se quedó igual mientras el mundo a su alrededor sí cambiaba. Empezaron siendo la única app social de vídeos importante y no supieron ver que la competencia estaba naciendo en todas partes. Apareció Snapchat, Instagram metió vídeos más largos (y, más recientemente, las Stories), Facebook se volcó en el vídeo en directo. La competencia creció hasta en casa: en 2015, Twitter empezó a permitir a sus usuarios subir vídeo nativo, directamente a la plataforma de microblogging.
En cierto modo, es como si Twitter supiese desde el principio, desde que compró a Vine en 2012 antes del lanzamiento de la app, que el tema de los vídeos de 6 segundos era algo solo temporal. Una forma rápida de introducir el vídeo en Twitter, pero para nada algo definitivo. Y en el momento en el que sus esfuerzos por el formato se centraron en su propio vídeo nativo y no en el de Vine, sus prioridades quedaron claras.
El otro gran problema: Twitter se hunde
Es difícil separar qué es culpa de Vine y qué de Twitter: ¿no evolucionaron porque no quisieron o porque Twitter no se lo permitió? ¿es responsabilidad suya no haber pensado en temas de monetización o debería haberse ocupado la firma de Jack Dorsey? A estas alturas, poco importa. Los destinos de Vine y Twitter están unidos casi desde siempre, y no ser condenado al corredor de la muerte tampoco significaba que las cosas fuesen a ir bien. La nave nodriza lleva meses luchando por sobrevivir, con tan poca esperanza de lograrlo ella sola, que se ha puesto a la venta.
Claro que aunque a Twitter le estuviese yendo mejor, Vine seguiría en esa mala situación, ya que no entra en la estrategia de vídeos de la firma: ahora quieren especializarse en la retransmisión de noticias en directo, en ser el lugar en el que ver “qué está pasando”. En 6 segundos es muy difícil hacerlo.
Y después, fuera de Vine y de Twitter, está el resto de la industria, encaminada hacia un lugar en el que la app de vídeos de 6 segundos no tiene cabida. Quieren vídeos, sí, pero nativos y en directo. El ejemplo más claro es Facebook, en el que poco a poco, sin que nos diésemos cuenta, los vídeos que se compartían desde YouTube han ido desapareciendo en favor los subidos directamente a la red social.
En su celda, Vine comprende y no comprende, se culpa a sí misma, culpa a Twitter y al hecho de que las cosas no puedan seguir siempre igual. En la puerta de la prisión, los viners se manifiestan y lamentan. Nunca te olvidaremos, Vine.