De entrada, y tras observar la evolución del sector de la telefonía móvil, la primera conclusión que se desprende es: el mercado de las telecomunicaciones es el salvaje oeste. Desde que se liberalizaron las comunicaciones, la CMT ha desarrollado una actividad casi imperceptible. Ni se les ve ni se les oye. Y sólo la trivialidad sobre su traslado evitó que cayera para siempre en el olvido.
Las compañías de telecomunicaciones tienen mucho poder, especialmente si reciben el cariño incondicional de los políticos, que verdaderamente han luchado por hacer de estas firmas auténticos colosos más allá del bien y del mal.
No es culpa de las compañías. En capitalismo devorar a toda la competencia posible es un modus vivendi. La firmas han abusado sin castigo (o con castigos que eran más bien caricias) de la buena fe del usuario particular y de ayudas estatales (siempre con el maquillador efecto de la propaganda y el doble sentido).
Sea cual sea el resultado de la protesta, es muy difícil que se modifiquen precios y condiciones cuando sólo le parecen mal a millones de usuarios, y no a cualquiera de aquellos a los que los impuestos les pagan sus facturas telefónicas.
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