Que a Donald Trump le guste mucho Twitter y sea uno de esos usuarios que no parecen tener mucho filtro no significa que crea que todo el mundo deba tener la misma libertad. Especialmente las agencias que dependen del gobierno, claro, y sobre todo si se dedican a tuitear cosas que son exactamente lo contrario de lo que defiende el nuevo presidente. Y eso es lo que pasó esta semana.
A los medios llegó la rápida reacción de Trump: una orden —no oficial, llegó de distintas formas a las distintas agencias gubernamentales— de silencio: parar toda comunicación externa, ya fueran notas de prensa, comunicados o, por supuesto, actividad en redes sociales. Todo como aparente respuesta al hecho de que el día de su estreno como presidente algunas cuentas de parques nacionales y otras agencias retuitearan desde noticias sobre la desaparición de las menciones al cambio climático de la web de la Casa Blanca hasta las fotos que muestran que mucha menos gente acudió a la inauguración de Trump que de Obama.
Los tuits se borraron, los parques nacionales se disculparon y se emitió la orden. Pero ¿es posible controlar tantísimas cuentas de redes sociales? La respuesta la tuvimos también esta semana: no, al menos la principio. Lo que se vivió entonces fue una especie de rebelión interna, centrado en la cuenta de Twitter del Badlands National Park: tuits y datos sobre el cambio climático que desaparecieron también en unas horas.
No fueron los únicos: hubo más parques nacionales que se dedicaron a tuitear sobre el tema e incluso se creó una cuenta no oficial del National Park Service que el miércoles, directamente, decía: «Estamos deseando que el presidente Trump nos llame NOTICIAS FALSAS. Puedes tomar nuestro Twitter oficial, pero ¡nunca tomarás nuestro tiempo libre!».
Can’t wait for President Trump to call us FAKE NEWS.
You can take our official twitter, but you’ll never take our free time!
— AltUSNatParkService (@AltNatParkSer) 25 de enero de 2017
¿Quién gestiona todas estas cuentas de redes sociales y por qué tienen esa aparente libertad? El origen está en la administración Obama, que dejó en manos de todas las agencias e instituciones crear sus propias reglas de juego para redes sociales. «Cada agencia tenía que decidir su propia tolerancia al riesgo, su sentido del humor, su propia voz», aseguró a Politico Merici Vinton, ex empleado de la administración Obama.
Y cada agencia decidía también quién se ocupaba de las redes sociales: mientras que en departamentos como Justicia, Energía e Interior los directores de nuevos medios habían sido nombramientos políticos, en otros como el FBI o distintos subdepartamentos el tema estaba en manos de funcionarios, y ni siquiera siempre de los mismos. Muchísimos trabajadores tienen las claves de esas cuentas y pueden usarlas con libertad. La rebelión era inevitable.
Es cierto también que muchos expertos han resaltado que la reacción contra la orden de silencio de Trump ha sido exagerada y simplemente por ser él el presidente: es normal cuando hay cambios de administración que durante la transición haya un periodo sin comunicación externa. De hecho, la orden que se envió a muchos departamentos estaba basada en la que se envió hace ocho años. «La nota informativa no es ningún ejercicio de escritura creativo», aseguró al New York Times el encargado de enviarla en el Departamento de Agricultura. «Es casi exactamente la que envié hace ocho años. Solo la actualicé un poco».
Lo que está claro es que la relación de Donald Trump con el exterior va a ser interesante: su política de comunicación recuerda a muchos periodistas, según un reportaje de NPR, a la estrategia de China. Intentar que los ciudadanos no crean a los medios ni lo que ven con sus propios ojos. Como las famosas fotos de cuánta gente asistió a su investidura. Ya se sabe, «hechos alternativos».
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