En sólo 20 años los virus son ya un negocio rentable para muchos, tanto para quien los crea como para quien los combate.
Antes de ese Brain, hace ahora casi 23 años, en noviembre de 1983, Fred Cohen acunó el término “virus” y demostró empíricamente lo que todos temían e intuían: efectivamente, como muchos habían estudiado teóricamente, se podía crear código que atacara a otros programas modificándolos, y a la vez fuese capaz de auto-replicarse. Cohen presentó el código del experimento en su doctorado para la Universidad del Sur de California y demostró al mundo que este comportamiento era posible en un programa implementándolo en una de las míticas máquinas Vax (bajo Unix). El programa creado podía hacerse con los derechos de los archivos del sistema en menos de una hora, con un tiempo récord de cinco minutos. El hecho causó tanto miedo que se prohibieron este tipo de prácticas, pero la curiosidad y fascinación crecía en los nuevos informáticos, que comenzaron a experimentar con nuevos “programas” y los recién estrenados sistemas. Nacían los primeros virus.
La velocidad de Internet aumenta a pasos agigantados. Si esa primera prueba de concepto de Cohen tardaba una hora como máximo en hacerse con un sistema, si Brain nació sólo tres años después en Paquistán y no se dejó ver por Estados Unidos de América hasta un año después, Slammer, un virus de 2003, tardó unos pocos minutos en dar una vuelta al mundo. Se paseó por todos los servidores MS-SQL del planeta, duplicando el número de servidores infectados cada 8,5 segundos. El récord anterior lo ostentaba el gusano Code Red, que apareció en el 2001 y llegó a duplicar el número de sistemas infectados cada 37 minutos.
¿Tanto ha avanzado el código vírico en 20 años como para reducir a segundos lo que antes podía tardar hasta un año? Para alcanzar estas cotas de velocidad, influye más la infraestructura de red que el código en sí. El hecho de que hoy por hoy la red de interconexión entre sistemas sea gigantesca, no resta mérito a ese primer virus. Brain debía propagarse principalmente a través de disquetes de mano en mano, y con este rudimentario sistema llegó a instalarse en medio mundo. Slammer y Code Red, sin embargo, contaban con la ventaja de una red rápida e interconectada, además de que atacaban de forma automática a servicios de red, no a usuarios domésticos. Estos servicios permanecen 24 horas activos en la red y saltaban de uno a otro sin necesitaban de interacción por parte de ningún humano, lo que facilitaba la labor a este código vírico.
En 20 años, la vía de difusión no ha pasado por demasiadas fases. Los virus de sector de arranque fueron populares durante unos diez años, y desaparecieron para dejar paso, hacia 1995, a los virus de macro asociados a los documentos de Office de Microsoft Windows. A finales de los 90 se tomó el correo como vía sencilla y rápida de difusión de código malicioso y hoy en día sigue siendo la más popular, aunque últimamente se use también el navegador como vía de infección gracias a ciertas vulnerabilidades que lo permiten.
Lo indiscutible es que ya hemos aprendido a convivir con ellos y no falta el año en el que al menos un par de virus campan a sus anchas por todos los sistemas Windows. I Love You (con el que se cebaron los medios), Slammer (de los más rápidos de la historia), Klez (el más persistente de la historia, con casi un año en el “top ten”), Blaster (el virus que demostró la utilidad de los cortafuegos personales)… y así hasta los más de 100.000 que puede detectar hoy en día cualquier programa antivirus, que se enfrentan cada vez a criaturas más rápidas y potentes.
Lo que más ha cambiado en estos 20 años, sin duda, no tiene nada que ver con el aspecto técnico. El fin de la creación de estos virus ha variado radicalmente. Anteriormente los virus no tenían otra función más que su propia difusión y la experimentación con los códigos. Cuanto más pudiesen infectar y más atención le prestaran los medios, mayor el regocijo y reconocimiento para el creador del software maligno. Desde hace pocos años se viene observando una alianza estratégica entre estos creadores de virus, capaces de esparcir código malicioso por millones de sistemas Windows, y los spammers, que necesitan que ese código malicioso se difunda para poder enviar más eficazmente sus correos a millones de buzones.
Esta profesionalización del medio requiere de unas técnicas más sofisticadas para maximizar el beneficio obtenido por ambas partes. Es por ello que los virus también han evolucionado, sobre todo, en complejidad. Esto por un lado se debe a la conectividad, que permite la compartición de códigos en Internet y favorece su reutilización y mejora constante y, por otro, por la necesidad de competir con los antivirus (siempre a la zaga). Pero, sobre todo, lo que ha potenciado la complejidad del código ha sido la necesidad de aumentar el beneficio, lo que obliga a una máxima difusión del virus que instala el código malicioso en la víctima. Los creadores de virus y gusanos no escatiman esfuerzos en intentar que el impacto sea de increíbles proporciones, controlar el mayor número de máquinas posible y lanzar así ataques donde el lucro resulta el único objetivo.
Y para muestra de la importancia y posibilidades de estas alianzas estratégicas, este mismo mes hemos sido testigos de un juicio sin precedentes. El californiano Jeanson James Ancheta se declaraba culpable, ante el Tribunal Federal de Los Ángeles, del hecho de haber encabezado y dirigido un verdadero ejército de máquinas “zombie”, con las que había llegado a ganar hasta 61.000 dólares alquilando sus esclavos a bandas de spammers y phishers. Este chico, nacido el mismo año que el virus Brain, ha conseguido vivir holgadamente de la infección vírica desde hace algunos años.
Si en el plano ilegal el pastel es jugoso, el negocio económico “legal” formado en torno a los virus en estos 20 años no ha dejado de crecer. Según el FBI, los virus y demás crimen organizado en Internet ocasionaron pérdidas del orden de los 67.000 millones de dólares a las compañías de ese país en 2005. Paralelamente, las compañías de seguridad informática y antivirus facturaron 37.000 millones de dólares.
Lo más preocupante es que, si en 20 años los virus han llegado tan lejos sin prácticamente salir del PC… no sabemos qué puede ocurrir cuando la conectividad alcance a todo tipo de aparatos cotidianos. Según estimaciones de expertos leídas en news.com, el mercado de los antivirus tendrá un valor de 73.000 millones de dólares en 2009.¿Incluirán ya esas cifras el potencialmente gigantesco negocio de los antivirus para móviles?
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